16 de April de 2025 New York

Blog Post

Pátzcuaro: Donde la historia abraza al alma

Pátzcuaro no solo es un destino: es una puerta al cielo, como lo indica su nombre en lengua purépecha, Petatzecua. Fundado en el siglo XVI por Don Vasco de Quiroga —figura entrañable en la historia michoacana—, este encantador pueblo ha sido epicentro religioso, político y cultural desde hace más de cinco siglos.

Hoy, sigue siendo un lugar donde el pasado y el presente dialogan en cada calle empedrada, en cada plaza vibrante, en cada templo de piedra y en cada sonrisa local.

Ubicado a orillas del lago que lleva su nombre y rodeado de un entorno boscoso con clima templado, Pátzcuaro conserva con orgullo su identidad purépecha, palpable en su arquitectura, en sus artesanías y en su inigualable gastronomía. Pasear por la Plaza Vasco de Quiroga —una de las más grandes de América Latina— o por la encantadora Plaza Gertrudis Bocanegra es entrar en un universo donde el tiempo parece fluir al ritmo de las danzas de los viejitos y el aroma del atole de grano.

Uno de sus mayores tesoros es la Basílica de Nuestra Señora de la Salud, construida por Tata Vasco y convertida en un santuario de peregrinación que resguarda a la virgen hecha de pasta de caña, así como los restos del propio Quiroga. Muy cerca, el antiguo Colegio de San Nicolás, primera universidad de México, se ha transformado en el Museo de Artes e Industrias Populares, una parada esencial para quienes desean comprender la riqueza cultural de la región.

El alma de Pátzcuaro también navega sobre su lago. Un viaje en lancha hasta la Isla de Janitzio regala postales memorables y emociones profundas, especialmente durante la emblemática Noche de Muertos, cuando los panteones se iluminan con velas y flores de cempasúchil en una de las celebraciones más conmovedoras del país.

Pero Pátzcuaro también vibra en lo cotidiano: en sus mercados artesanales, en el arte de los maestros del cobre, en sus nieves de sabores ancestrales y en los talleres donde se forjan máscaras, lacas y textiles con siglos de tradición. Su oferta gastronómica —que va de las corundas a los uchepos, del pescado blanco al chocolate de metate— es un festín que honra a la tierra y a sus raíces.

Visitar Pátzcuaro es vivir una experiencia inmersiva, íntima, espiritual. Es mirar con otros ojos la historia de México, escuchar la voz de los pueblos originarios y dejarse envolver por una belleza que no necesita gritar para ser inolvidable.